domingo, 14 de junio de 2009

Para ser otra

Una palabra oscura puede quedar zumbando dentro del corazón.
Una palabra oscura puede ser el misterio de otros nombres que tuve.
Una palabra oscura puede volver a levantar el fuego y la ceniza.

“Matrika Doléesa,
llora por mí.
Matrika Doléesa,
vuelve por mí.
Ven a buscar el ascua del esplendor
sepultada en mi mano”.

Y unas ramas sobre la cabeza bastan
para desenterrar una reina borrada por las plumas de un dominio salvaje.
Conservo de ese tiempo el tatuaje que deja una sombra de triste idolatría en todo cuanto toco,
una respiración de plantas sofocadas que exhalan un veneno semejante al del sueño,
el puñado de piedras siemprevivas donde hierve la sangre de mis antepasados,
un poder en tinieblas encerrado por el vuelo de un pájaro
y esta máscara fúnebre que avanza desde el fondo de mi rostro cuando nadie me mira.
Entre las ceremonias del amor
ninguna es comparable al matrimonio del sol y la luna.
El sabor de los días es como un talismán que preservara del gusto de morir,
y el éxtasis y el pavor son como dos tormentas que vienen y se van
llevadas por el bostezo de una larga, larguísima pereza.

“Griska Soledama,
no llores por mí.
Griska Soledama,
no vuelvas por mí.
Rompre el cristal de invierno
donde guardas mis lágrimas”.

Y desde no sé dónde, los cabellos llorosos
anudados por unas cintas grises que despliegan un viaje de huérfana en la lluvia
vuelven con el color de la nostalgia.
He guardado ese rostro como de ramo hallado en una tumba,
un pedazo de vidrio para verme pasar embalsamada delante
del cortejo de lo que nunca vuelve,
y las historias del amor o el miedo
labradas por el llanto sobre unas piedrecitas que señalan mi
descenso al olvido.
Alguien me llama a veces desde una casa que hunde sus raíces
de arena en la distancia que llamamos nunca,
y otras veces despierto en mi memoria con el olor de los países
donde nunca estuve.
Porque mi exilio esta conmigo.
Cuando me alejo crezco, como las catedrales.
Quienes más me conocen me recuerdan como una bujía
apenas entrevista detrás de una ventana,
o las aparecidas que surgen desde el fondo del estanque en su
ataúd de hierbas,
y llaman desde el costado de la luz a ciegas,
llaman.

“Darvantara Sarolam,
junta nuestros despojos.
Darvantara Sarolam,
búscanos la salida.
Toma el grano de trigo funerario,
tómalo desde el fondo de cada eternidad”.

Entonces, la que no duerme en mí
levanta la cabeza de sonámbula como una luminaria entre
las colgaduras de la fiebre.
Siempre este gusto a sed,
esta mano que incendia con mi mano las grandes asambleas
de la sombra,
esta mirada que no ve para mirar mejor debajo de las aguas.
Yo escarbo en mi memoria otra memoria como un desván
en llamas
donde se ocultan cifras entretejidas con molduras,
enigmas disfrazados de falsos personajes de la ley,
revelaciones encubiertas con ropones de hiedra, entre restos
de espejos,
poderes enmascarados por la promesa de la muerte.
Todo arde aquí, inmóvil en su envoltura inalcanzable.
Y alguien da la señal.
Las aguas suben en una estría azul que rompe las paredes.
Voy a poder mirar.
Voy a desenterrar la palabra perdida entre las ruinas de cada
nacimiento.

¿Y este nombre secreto con que me nombran todos y se nombran?
Ya soy ajena a mí,
pero es el mundo entero quien emigra conmigo
como un solo organismo arrebatado de cada cautiverio, de
cada soledad,
por esa bocanada de grandes nostalgios.
Y de pronto, ¿este desgarramiento,
esta palpitación en medio de la noche que corta su atadura
en la vena más honda de la tierra,
este fondo de barca que asciende sobre un lecho de plumaje
celeste,
este portal aún entre la niebla,
este solo recuerdo del porvenir desde el comienzo de los siglos?
¿Quién soy?¿Y dónde?¿Y cuándo?

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